John 4

La samaritana

1Cuando el Señor supo que los fariseos estaban informados de que Jesús hacía más discípulos y bautizaba más que Juan — 2aunque Jesús mismo no bautizaba, sino sus discípulos— 3abandonó la Judea y se volvió a Galilea. 4Debía, pues, pasar por Samaria. 5Llegó a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la posesión que dio Jacob a su hijo José. 6Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, pues, fatigado
6. Ese pozo, que aún existe, tiene una profundidad de 32 metros y está situado al sudeste de la ciudad de Nablus, llamada antiguamente Siquem y Sicar. Los cruzados levantaron encima de la fuente una iglesia, cuya sucesora es la iglesia actual que pertenece a los ortodoxos griegos. ¡Fatigado! Es esta una de las notas más íntimas con que se aumenta nuestra fe al contacto del Evangelio. ¡Fatigado! Luego es evidente que el Hijo de Dios podía fatigarse, que se hizo igual a nosotros y que lo hizo por amarnos.
del viaje, se sentó así junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.
7Vino una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dijo: “Dame de beber”. 8Entretanto, sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar víveres
8. El Evangelista quiere advertirnos de la delicadeza de Jesús, que no habría descubierto en presencia de ellos la vida íntima de esa mujer (cf. v. 18).
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9Entonces la samaritana le dijo: “¿Cómo Tú, judío, me pides de beber a mí que soy mujer samaritana?” Porque los judíos no tienen comunicación con los samaritanos
9. La intención de la mujer no se ve con certeza, pero sí vemos que ella se coloca en la situación humilde de una despreciada samaritana (cf. Si. 50, 28 y nota). Esto es lo que hace que Jesús “ponga los ojos en su pequeñez” (Lc. 1, 48) y le muestre (v. 10) que no es Él quien pide, sino quien da. Porque el dar es una necesidad del Corazón divino del Hijo, como lo es del Padre; y por eso Jesús prefiere no a Marta sino a María, la que sabe recibir. Véase Lc. 10, 42; Jn. 13, 38 y notas.
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10Jesús le respondió y dijo: “Si tú conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: «Dame de beber», quizá tú le hubieras pedido a Él, y Él te habría dado agua viva”
10. Si tú conocieras el don de Dios, es decir, no ya solo las cosas que Él te da, empezando por tu propia existencia, sino la donación que Dios te hace de Sí mismo, el Don en que el Padre se te da en la Persona de su único Hijo, para que Jesús te divinice haciéndote igual a Él o mejor transformándote para que puedas vivir eternamente su misma vida divina, la vida de felicidad en el conocimiento y en el amor.
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11Ella le dijo: “Señor, Tú no tienes con qué sacar, y el pozo es hondo; ¿de dónde entonces tienes esa agua viva? 12Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él mismo, y sus hijos y sus ganados?” 13Respondiole Jesús: “Todos los que beben de esta agua, tendrán de nuevo sed; 14mas quien beba el agua que Yo le daré, no tendrá sed nunca, sino que el agua que Yo le daré se hará en él fuente de agua surgente para vida eterna”
14. No tendrá sed, etc. Nótese el contraste con lo que se dice de la Sabiduría en Si. 24, 29 s. y nota. El que bebe en el “manantial de la divina sabiduría, que es la palabra de Dios” (Si. 1, 5), calmará la inquietud de su espíritu atormentado por la sed de la felicidad, y poseerá con la gracia una anticipación de la gloria.
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15Díjole la mujer: “Señor, dame esa agua, para que no tenga más sed, ni tenga más que venir a sacar agua”
15 ss. La mujer no comprende el sentido, pensando solamente en el agua natural que tenía que sacar del pozo todos los días. Tan solo por la revelación de sus pecados ocultos viene a entender que Jesús hablaba simbólicamente de un agua sobrenatural, que no se saca del pozo. Jesús, antes de darle el “agua viva”, quiere despertar en ella la conciencia de sus pecados y la conduce al arrepentimiento con admirable suavidad. Ya brota la fe en el corazón de la samaritana. Lo prueba la pregunta sobre el lugar donde había que adorar a Dios. Los samaritanos creían que el lugar del culto no era ya el Templo de Jerusalén sino el monte Garizim, donde ellos tuvieron un templo hasta el año 131 a. C. Cf. Esd. 4, 1-5.
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16Él le dijo: “Ve a buscar a tu marido, y vuelve aquí”. 17Replicole la mujer y dijo: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Bien has dicho: «No tengo marido»; 18porque cinco maridos has tenido, y el hombre que ahora tienes, no es tu marido; has dicho la verdad”. 19Díjole la mujer: “Señor, veo que eres profeta. 20Nuestros padres adoraron sobre este monte; según vosotros, en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar”. 21Jesús le respondió: “Mujer, créeme a Mí, porque viene la hora, en que ni sobre este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre
21. Antes de anunciar en el v. 23 el culto esencialmente espiritual, que habría de ser el sello característico de la Iglesia cristiana, Jesús le anuncia aquí la Próxima caducidad del culto israelita (cf. Hb. 8, 4 y 13 y notas), y aun quizá también la incredulidad, tanto de los judíos como de los samaritanos. De ahí que, ante el fracaso de unos y otros, le diga: Créeme a Mí. Así viven los hombres también hoy entre opiniones y bandos, todos falaces. Y Jesús sigue diciéndonos: Créeme a Mí, único que no te engaña, y Yo te enseñaré, como a esta humilde mujer, lo que agrada al Padre (v. 23), es decir, la sabiduría. Véase Si. 1, 34 y nota.
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22Vosotros, adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos
22. La salvación viene de los judíos: La nación judía fue hecha depositaria de las promesas de Dios a Abrahán, el “padre de los creyentes”, “en quien serán bendecidas todas las naciones de la tierra” (Gn. 18, 18; cf. 3, 17; Rm. 9, 4 s.; 11, 17 y 26). El mediador de todas esas bendiciones es Jesús, descendiente de Abrahán por María. Cf. Lc. 1, 32.
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23Pero la hora viene, y ya ha llegado, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad
23. En espíritu : es decir, “en lo más noble y lo más interior del hombre (Rm. 8, 5)” (Pirot). Cf. Mt. 22, 37. En verdad, y no con la apariencia, es decir, “con ázimos de sinceridad” (1 Co. 5, 8), y no como aquel pueblo que lo alababa con los labios mientras su corazón estaba lejos de Él (Mt. 15, 8), o como los que oraban para ser vistos en las sinagogas (Mt. 6, 5) o proclamaban sus buenas obras (Mt. 6, 2). Desde esta revelación de Jesucristo aprendemos a no anteponer lo que se ve a lo que no se ve (2 Co. 4, 18); a preferir lo interior a lo exterior, lo espiritual a lo material. De ahí que hoy no sea fácil conocer el verdadero grado de unión con Dios que tiene un alma, y que por eso no sepamos juzgarla (Lc. 6, 41 s. y nota). Porque las almas le agradan según su mayor o menor rectitud y simplicidad de corazón, o sea según su infancia espiritual (Mt. 18, 1 ss.). Cf. 1 Co. 2, 15.
; porque también el Padre desea que los que adoran sean tales.
24Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad”
24. Para ponerse en contacto con Dios, cuya naturaleza es espiritual, el hombre ha de poner en juego todo lo que tiene de semejante a Él: toda su actividad espiritual, que se manifiesta en la fe, la esperanza y la caridad (véase 3, 5 y nota; 6, 64). San Juan de la Cruz aprovecha este pasaje para exhortarnos a que no miremos en que el lugar para orar sea de tal o cual comodidad, sino al recogimiento interior, “en olvido de objetos y jugos sensibles”. En efecto, si Dios es espíritu ¿qué pueden importarle, en sí mismas, las cosas materiales? “¿Acaso he de comer Yo la carne de los toros?”, dice Él, refiriéndose a las ofrendas que se le hacen (Sal. 49, 13 ss.). Lo que vale para Él es la intención, a tal punto que, según Santa Gertrudis, Jesús le reveló que cada vez que deseamos de veras hacer algo por darle gusto al Padre o a Él, aunque no podamos realizarlo, vale tanto como si ya lo hubiéramos hecho; y eso lo entenderá cualquiera, pues el que ama no busca regalos por interés, y lo que aprecia es el amor con que están hechos.
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25Díjole la mujer: “Yo sé que el Mesías —es decir el Cristo— ha de venir. Cuando Él venga, nos instruirá en todo”. 26Jesús le dijo: “Yo lo soy. Yo que te hablo”.

27En este momento llegaron los discípulos, y quedaron admirados de que hablase con una mujer. Ninguno, sin embargo, le dijo: “¿Qué preguntas?” o “¿Qué hablas con ella?” 28Entonces la mujer, dejando su cántaro
28. Dejando su cántaro: detalle elocuente que muestra cómo el fervor del interés por Cristo le hizo abandonar toda preocupación temporal. Ni siquiera se detiene a saludar a los recién llegados (cf. Lc. 10, 4). Ella tiene prisa por comunicar a los de su pueblo (cf. Lc. 8, 39) las maravillas que desbordaban de su alma después de escuchar a Jesús (véase Hch. 4, 20). Los frutos de este fervor apostólico se ven en el v. 39.
, se fue a la ciudad, y dijo a los hombres:
29“Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿no será este el Cristo?” 30Y salieron de la ciudad para ir a encontrarlo. 31Entretanto los discípulos le rogaron: “Rabí, come”. 32Pero Él les dijo: “Yo tengo un manjar para comer, que vosotros no conocéis”. 33Y los discípulos se decían entre ellos: “¿Alguien le habrá traído de comer?” 34Mas Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió y dar cumplimiento a su obra
34. Esa obra, que consiste en darnos a conocer al Padre (1, 18) es la que Jesús declara cumplida en 17, 4. S. Hilario hace notar que esta fue la obra por excelencia de Cristo.
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35¿No decís vosotros: Todavía cuatro meses, y viene la siega? Y bien, Yo os digo: Levantad vuestros ojos, y mirad los campos, que ya están blancos para la siega
35. Levantad vuestros ojos: Era esa la fértil llanura dada por Jacob a su hijo José, figura de Cristo (v. 5). Se refiere ahora a los samaritanos que vienen en su busca, guiados por la mujer, mostrando que la semilla esparcida en el pueblo de los samaritanos, tan despreciado por los judíos, ya daba fruto. Samaria fue la primera ciudad en que, después de Jerusalén, se formó una comunidad numerosa de cristianos (Hch. cap. 8).
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36El que siega, recibe su recompensa y recoge la mies para la vida eterna, para que el que siembra se regocije al mismo tiempo que el que siega. 37Pues en esto se verifica el proverbio: «Uno es el que siembra, otro el que siega». 38Yo os he enviado a cosechar lo que vosotros no habéis labrado. Otros labraron, y vosotros habéis entrado en (posesión del fruto de) sus trabajos”.

39Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer que testificaba diciendo: “Él me ha dicho todo cuanto he hecho”
39. Cuanto he hecho: la samaritana, conquistada por la gracia de Jesús, no vacila en hacer humildemente esta alusión a sus pecados. Sus oyentes, que la conocían, se sienten a su vez conquistados por tan indiscutible prueba de sinceridad.
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40Cuando los samaritanos vinieron a Él, le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. 41Y muchos más creyeron a causa de su palabra
41 s. He aquí señalada la eficacia de esas palabras de Jesús de las cuales podemos disfrutar nosotros también en el Evangelio (1 Jn. 1, 3 s.).
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42y decían a la mujer: “Ya no creemos a causa de tus palabras; nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Jesús en Galilea

43Pasados aquellos dos días, partió para Galilea. 44Ahora bien, Jesús mismo atestiguó que ningún profeta es honrado en su patria
44. Véase sobre esto Lc. 4, 14 ss.
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45Cuando llegó a Galilea, fue recibido por los galileos, que habían visto todas las grandes cosas hechas por Él en Jerusalén durante la fiesta; porque ellos también habían ido a la fiesta.

Curación del hijo del cortesano

46Fue, pues, otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había un cortesano cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. 47Cuando él oyó que Jesús había vuelto de Judea a Galilea, se fue a encontrarlo, y le rogó que bajase para sanar a su hijo, porque estaba para morir. 48Jesús le dijo: “¡Si no veis signos y prodigios, no creeréis!”
48. Los milagros confirman la autoridad del que predica (Mc. 16, 20); con todo, no son necesarios ni suficientes para engendrar por sí mismos la fe (2, 23 ss.; 12, 37 ss.). Ella viene de prestar asentimiento a la palabra de Jesucristo (Rm. 10, 17), explotando el “afecto de credulidad” (Denz. 178) que Dios pone en nosotros. Cf. 7, 17 y nota.
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49Respondiole el cortesano: “Señor, baja antes que muera mi hijo”. 50Jesús le dijo: “Ve, tu hijo vive”. Creyó este hombre a la palabra que le dijo Jesús y se puso en marcha
50. Este acto de fe en la palabra de Jesús fue precursor de su conversión, referida en el v. 53.
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51Ya bajaba, cuando encontró a algunos de sus criados que le dijeron que su hijo vivía. 52Preguntoles, entonces, la hora en que se había puesto mejor. Y le respondieron: “Ayer, a la hora séptima, le dejó la fiebre”. 53Y el padre reconoció que esta misma era la hora en que Jesús le había dicho: “Tu hijo vive”. Y creyó él, y toda su casa. 54Este fue el segundo milagro que hizo Jesús vuelto de Judea a Galilea.
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